Madrid Curioso — 19 septiembre, 2015 at 2:08

Sorpresas femeninas en Madrid: La indómita mujer que se oculta bajo las melenas de un león

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Una de las imágenes más características de Madrid es la fuente de Cibeles que fue diseñada por Ventura Rodríguez en los últimos años del reinado de Carlos III. La estatua de la diosa de la fertilidad fue trabajada por Francisco Gutiérrez, mientras que los dos leones realizados en mármol cárdeno de Montesclaros salieron de las manos de Roberto Michel que los acabó en 1781. Este artista destacó por haber esculpido en Madrid otros leones ilustres: un león de la escalera del Palacio Real, las cabezas felinas de la fachada de la Real Casa de la Aduana, actual Ministerio de Hacienda, y las testas leoninas de la Puerta de Alcalá.

Fuente-de-Cibeles
Fuente de Cibeles

Como todo el mundo sabe, el carro de la diosa Cibeles está tirado por dos leones machos que mirando cada uno en diferente dirección adoptan una posición de paso levantando ambos la pata delantera izquierda. Pero muy pocos conocen que los leones de la Cibeles tienen nombre: Atalanta e Hipomenes, y que el escultor Roberto Michel nos engañó miserablemente porque el carro de la diosa no debía estar tirado por dos machos, como puso él, sino por un león y una leona, pero estéticamente impresionaba más la melenaza típica de un macho felino que la rapada cabeza una leona.

Cuando vuelvan a contemplar la fuente, pongan nombre al león: Hipomenes, y eliminen de su mente al otro macho, porque en su lugar debe estar una majestuosa leona que se llamaba: Atalanta. Esta es la historia de la indómita mujer que se oculta bajo las melenas de un león.

Muerte a los hombres

Atalanta era hija de Mainalos, pero como éste sólo quería tener hijos varones, al venir al mundo la abandonó en medio de las montañas de Arcadia. Una osa le dio de mamar y el contacto con el campo y los animales hicieron que creciera ágil y robusta hasta que un día la encontraron unos cazadores que la cuidaron como su propia hija. Al llegar a joven Atalanta se negó a casarse, dedicándose por entero a la caza y a recorres bosques y montes. Tal era su arrojo y fortaleza que cuando dos centauros intentaron acercarse a ella con intención de violarla los mató a flechazos.

Su cuerpo, esculpido en el ejercicio diario, además de bello rechazaba el trato con los hombres, por ello, y con el objeto de alejar a los muchos pretendientes que la solicitaban a causa de su hermosura, había proclamado que únicamente se casaría con el aquel varón que fuera capaz de vencerla en una carrera. Pero si ella era la que salía victoriosa, mataría al joven que la había retado.

Eran tantos sus encantos que muchos atletas aceptaron el mortal reto, y tanta su confianza en la victoria que daba a sus adversarios la longitud de una lanza de ventaja, lanza que luego usaba para ensartar al perdedor.

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Atalanta e Hipomenes. Óleo sobre lienzo obra de Guido Reni. 1618-1619

Muchos habían ya derramado su sangre con la esperanza de tenerla entre sus brazos cuando un día apareció un espigado y musculado enamorado llamado Hipomenes. El joven ocultaba un as bajo la manga, ya que para vencerla iba a emplear una hábil estratagema: unas tentadoras manzanas de oro que la diosa Afrodita le había regalado.

Manzanas de oro que no puedo dejar

Como era su costumbre Atalanta concedió ventaja al joven. Cuando Hipomenes veía que la bella corredora su acercaba peligrosamente para adelantarle, dejaba caer como por descuido una de las manzanas de oro. Ella frenaba su carrera para recogerla, perdía terreno, esprintaba para recuperarlo y otra fruta doraba que rodaba por el suelo le hacía retrasarse nuevamente.

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Atalanta e Hipomenes. Óleo sobre lienzo obra de Nicolás Colombel. 1680

Con esta simple triquiñuela el astuto enamorado ganó la carrera y se llevó como trofeo a la atractiva Atalanta. La joven, que creía iba a odiar con todas sus fuerzas al vencedor, sufrió una transformación y como si un flechazo hubiera atravesado su corazón quedó locamente enamorada de Hipomenes. Tal era su amor que en una partida de caza, empujados por la pasión que les consumía, entraron en un santuario dedicado a Zeus para saciar su amor. Indignado el dios por tal sacrilegio, los castigó terriblemente transformándoles en un león y en una leona.

Y aquí entra en juego la diosa Cibeles. La diosa, apiadada del triste destino de los dos enamorados, no dudó en permitir que los jóvenes fueran enganchados a su carro para que así pudieran estar juntos toda la eternidad.

No olviden nunca que bajo esa melena late oculto el corazón de una apasionada e indómita mujer.

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Post redactado por Antonio Balduque Álvarez para Espacio Madrid.

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