La Casa de Campo, en la actualidad, es el mayor parque urbano (asociado o dentro de una ciudad) del mundo, con más de 1700 hectáreas. Es dos veces más grande que el Bois de Boulogne de Paris, cinco veces más extenso que el Hyde Park de Londres y seis veces mayor que el famoso Central Park de Nueva York. Hoy conoceremos su interesante devenir histórico: comenzó siendo terreno donde pastaban grandes animales (mamuts y elefantes entre ellos), aquí surgieron los primeros “madrileños”, en sus alrededores pusieron los romanos sus Villas, tuvo campos de labranza y huertos, después fincas rurales de los grandes señores madrileños, complejo recreativo de los Austrias, centro cinegético de los Borbones, se abrió al público en la Segunda República, sufrió con intensidad la Guerra Civil y se convirtió en el merendero de la ciudad en los 60, 70 y 80 del siglo pasado.
LAS ORILLAS DEL MANZANARES Y EL ARROYO DE MEAQUES
Poco tiene que ver el aspecto actual de la entrada a la Casa de Campo (por el puente del Rey, bajando desde Príncipe Pío), con la situación de la misma hace más de 300.000 años. Los primeros seres humanos que habitaron Madrid están datados alrededor de esta fecha; no se han encontrado restos humanos tan antiguos pero si herramientas fabricadas, pulidas y elaboradas por los mismos. Estos hombres eran cazadores-recolectores, iban detrás de las manadas de grandes animales (elefantes lanudos, mamuts, grandes bóvidos…) y se protegían de los vientos y fríos en los abrigos de las terrazas del Río Manzanares ocupando cuevas. Aproximadamente desde Las Rozas hasta Arganda del Rey se han encontrado restos animales y humanos de tiempos prehistóricos, incluso de tortugas gigantes.
Mucho tiempo después, cercano a la zona que nos ocupa, se tiene constancia de la existencia de Villas Romanas: en Carabanchel, en Vallecas, en Villaverde (de ahí deriva su denominación), etc. Pero en textos antiguos de Estrabón aparece una población en varios mapas con el nombre de Miacum, centrada en la zona de la Casa de Campo, junto al actual barrio de Batán. Después, este nombre derivó en Meaques, que es uno de los principales Arroyos que atraviesa nuestro parque y desemboca en el Manzanares. En tiempos de visigodos la zona queda prácticamente abandonada y con los árabes y la verdadera fundación de la ciudad de Madrid (en torno al año 860), la zona se convierte en huertas y campos de cultivo, a extramuros de la ciudad y en la ribera de un Río Manzanares mucho más caudaloso que en la actualidad.
LAS FINCAS RURALES DE LOS VARGAS
Cuando la ciudad de Madrid es conquistada (o reconquistada, según se mire) de forma definitiva por los Cristianos en torno al año 1085, estos terrenos continúan siendo agrícolas y ganaderos, como lo fueron anteriormente, y aprovechados por los mismos cristianos que antes estaban sometidos al poder musulmán (mozárabes). Es bien sabido que los señores de San Isidro eran la familia de los Vargas, para quienes trabajaba éste. Y que esta familia poseía terrenos al otro lado del Manzanares, en lo que actualmente ocupa el Parque de San Isidro y la Ermita y el Cementerio del mismo nombre. Pero tiempo después, en torno a 1500, descendientes de Iván (o Juan) de Vargas, también poseen tierras en lo que actualmente es el inicio de la Casa de Campo en su zona más cercana a la propia ciudad.
Francisco de Vargas, uno de los concejales de Madrid (miembro del Concejo) y consejero de los Reyes Católicos y posteriormente de Carlos I, poseía estos terrenos. Y en 1519 decide construir una finca de recreo rural a las afueras de la ciudad, con unos elegantes jardines, zonas de trabajo y, sobretodo, un palacio. Este es el llamado Palacio de los Vargas, que aún existe y se puede encontrar pocos metros más allá al atravesar la Puerta del Rey, pero que ha sido tan modificado, tantas veces y con tan mal gusto, que apenas en nada recuerda a este primigenio palacio renacentista. De su magnificencia e importancia solo basta con contar un dato: cuando Carlos I venía a la ciudad de Madrid, en la mayoría de las ocasiones, en lugar de alojarse en el Alcázar de los Austrias (antecedente del Palacio Real) lo hacía en el Palacio de los Vargas.
EL REAL BOSQUE DE LOS AUSTRIAS: CAZA, BELLEZA Y UTILIDAD
Si trazamos una línea recta desde el actual Palacio Real (antiguo Alcázar) hasta el Bosque del Pardo, obligatoriamente se pasa por la Casa de Campo. Es sabido que los primeros Reyes Castellanos que se fijan en Madrid, ya en el siglo XIII y XIV, lo hacen por el Bosque del Pardo, por ser una zona propicia de Caza. Allí se ubicó durante siglos la famosa Torre de la Parada, un pabellón de Caza para los Reyes, y que tuvo el honor de lucir los mejores cuadros mitológicos de Rubens y que actualmente se conservan en el Museo del Prado. Y el camino del Pardo, que todos los Reyes desde entonces tomaban, pasaba por la Casa de Campo. Aun así, a nuestros primeros Austrias se les hacía muy engorroso el tránsito desde el Alcázar hasta los cazaderos del Pardo, y por tanto fijaron sus ojos en los terrenos de ambas laderas del Manzanares. Y Felipe II el que más.
Ya en su época de príncipe, Felipe fijó sus miras en lo que sería la Casa de Campo y el Campo del Moro (Campo de la Tela en sus tiempos). Y comenzó a comprar terrenos mediante testaferros o intermediarios, para que el precio no fuera desmedido al saber que era el futuro Rey el comprador. Conocía perfectamente los terrenos de los Vargas, y desde su puesto de Gobernador de los Países Bajos, ordenó a sus emisarios negociar la compra de estos terrenos a Don Fadrique de Vargas, lo cual consiguió ya siendo Rey. Y así, poco a poco, y de forma encubierta y discreta, fue como se hizo con todas las posesiones de la zona (más o menos una tercera parte de la Casa de Campo actual). Y lo llamó el Real Bosque, con el objetivo básico de cazar.
Pero además realizó dos obras importantísimas para este terreno. Primero reformó y engalanó el Palacio de los Vargas y los jardines aledaños, añadiendo además unas grutas renacentistas (arcadas de ladrillo cubiertas a través de las cuales disfrutar del Jardín al abrigo de la lluvia, el frio o el calor, según el momento climático). Por cierto, estas grutas aún existen y “supuestamente” están siendo reformadas para su disfrute, al igual que los Jardines renacentistas de la parte posterior del Palacio; y digo supuestamente porque en los últimos 10 años apenas se ha hecho nada más que vallar la zona y dejar oxidar los carteles informativos de las mismas. Y en segundo lugar se construyó la Huerta de la Partida, terrenos agrícolas con árboles frutales principalmente, de los cuales su beneficio serviría para sufragar los gastos del propio Palacio y zonas cercanas.
Mención aparte merece el Lago de la Casa de Campo. Este fue construido artificialmente con las aguas provenientes del Arroyo Meaques y con las que se realizaron hasta cinco lagos diferentes. En la zona de los restaurantes, donde ahora existe un gran terreno de descampado que se utiliza como aparcamiento, estuvo el estanque Grande o Lago de Patinar, donde se realizaba patinaje sobre hielo, desde los primeros holandeses que vinieron con Felipe II hasta la familia Real de Alfonso XIII. El segundo lago se llamaba Estanque Tenquero, y como su nombre indicaba era para la pesca de tencas, las cuales se acumulaban en tan reducido espacio para la más que fácil captura por parte del monarca, con lo que algunos dicen que dio el origen a la frase “así se las ponían a Felipe II”. Existían otros dos estanques que eran para baño y lavadero respectivamente, y un tercero, quizás el más importante, llamado el Estanque Nevero. Este era uno de los llamados Pozos de la Nieve, que servía para recoger las nieves y el hielo en invierno y almacenarlas hasta el Verano, momento en el cual se esparcía por las calles para refrescar el ambiente o se vendía para las bebidas (tipo granizado). Y tuvo tanto éxito que de su venta se extraían más de la mitad de los recursos económicos de la Casa de Campo.
SIGLO XVII: AUGE Y DECADENCIA
Este siglo comenzó, para nuestro parque, de forma inmejorable. Felipe III continuó la obra de su padre y la predilección de éste hacia la Casa de Campo. Volvió a reformar y embellecer los Jardines y el Palacio, dio fuerza y recursos a la Huerta de la Partida, e incluso se consolidó un pequeño proyecto de huerta medicinal de tiempos de Felipe II, en el llamado Reservado Grande (germén según algunos de la Quinta de Migas Calientes). El espaldarazo definitivo vino cuando el Gran Duque de Toscana regaló a nuestro monarca una estatua a caballo del mismo, realizada por Pietro Tacca y que ahora domina la Plaza Mayor desde su centro. Pues bien, Felipe III quiso que esta estatua estuviera en su lugar preferido de Madrid, los Jardines del Reservado Chico, junto al Palacio de los Vargas, en la Casa de Campo.
Felipe IV, en sus inicios de reinado, continuó mostrando interés por la Casa de Campo, pero éste decreció a medida que los problemas de gobierno y de guerras aumentaban. A todo esto debe sumarse la construcción del Palacio del Buen Retiro, hacia el cual decantó todo su interés, y lo más importante, su esfuerzo económico, este Rey, a partir de 1630. Cada vez con menos recursos, el Real Bosque fue dejándose perder y sus principales atractivos languideciendo, cuestión que se acrecentó con Carlos II, que bastante tenía con mantenerse vivo (enfermo y enfermizo desde su nacimiento) como para ocuparse del cuidado de sus posesiones reales.
LOS BORBONES: EL MAYOR COTO DE CAZA DEL MUNDO
Con el cambio de siglo y el cambio de dinastía, las perspectivas hacia la Casa de Campo parecían buenas, y Felipe V así lo certificó reformando los Jardines Renacentistas (transformados ahora en Jardines a la Francesa), reconstruyendo el Palacio de los Vargas con el estilo artístico predominante (el Barroco) y renovando esfuerzos en su mantenimiento. Pero pronto se vio que todo aquello era un espejismo. El nuevo rey volcó sus esfuerzos en otros lugares más “palaciegos”: Aranjuez, la Granja de San Ildefonso, el Nuevo Palacio Real y sobretodo el Retiro. Y con sus sucesores la cosa no mejoró a este respecto; teniendo bellos palacios en otros lugares, para que iban a mantener los costes de otro más.
Además, tanto Fernando VI como Carlos III y Carlos IV, tenían menos inclinación por el Arte, el paseo, el disfrute, las fiestas o las lecturas que por la Caza, su verdadera afición. Así pues, en tiempos de Fernando VI se ampliaron hasta casi la extensión actual los terrenos de la Casa de Campo. Y en tiempos de Carlos III se valló completamente el perímetro (el muro actual así lo recuerda) de la Casa de Campo para que los cazadores furtivos no pudieran disfrutar de las piezas que solo al Rey le pertenecían por derecho. Incluso se construyó un edificio, que aún sigue existiendo, llamado la Faisanera, que se utilizó como criadero y jaulas para aves que posteriormente eran soltadas y abatidas por el Rey. Como anécdota decir que la primera obra que Francesco Sabatini, famoso arquitecto de nuestra Puerta de Alcalá, realizó en Madrid fue esta cerca que delimitaba nuestro parque y de la cual la Puerta de Hierro era una de sus entradas.
ÚLTIMOS SIGLOS: DE POSESIÓN REAL A PARQUE PÚBLICO, PASANDO POR CAMPO DE BATALLA
Al contrario de lo sucedido en otros lugares de Madrid, la llegada de los franceses en 1808 no fue negativa para la Casa de Campo. Es más, José Bonaparte se dedicó a restaurar todo lo olvidado en tiempos de los Reyes anteriores: jardines, paseos, fuentes y el propio palacio. De hecho, este Rey francés le tuvo tanto aprecio a nuestro parque que incluso construyó un túnel que le llevara desde el Palacio Real hasta la misma Casa de Campo, el llamado túnel de Bonaparte o gruta de Villanueva, que aún existe. Pero la posguerra y el reinado de Fernando VII devolvieron a esta posesión real al estado de letargo, abandono y olvido del que sería presa durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, a excepción de breves periodos (sobre todo con la intervención de la Reina María Cristina de Borbón).
El primer tercio del siglo XX continuó con la tónica anterior: terreno al que solo podían acceder los Reyes y quienes ellos permitieran y que se ocupaba fundamentalmente en hacer las delicias de los monarcas escopeta en mano. Muy famosas al respecto son las imágenes de Alfonso XIII cazando en la Casa de Campo. Y si bien, tras la caída de la Monarquía de Isabel II con la Revolución Gloriosa de 1868, la principal reivindicación de los madrileños fue la entrada libre al Retiro, tras la Caída de la Monarquía de Alfonso XIII y la llegada de la Segunda República en 1931 lo fue la entrada a la Casa de Campo. Para más inri se decidió honrar a los trabajadores y que el primer día de apertura fuera el 1 de mayo de ese mismo año: las escenas de miles de madrileños (algunos periódicos hablan de 300.000) atravesando el entonces estrecho Puente del Rey causaron sensación y estupor en la sociedad de la época. Poco después se decidió realizar un ambicioso proyecto de puesta en valor de la Casa Campo, de lo cual lo poco que pudo realizarse fue la construcción de varias fuentes de igual estilo, que aún persisten.
Y poco se pudo hacer porque llegó la Guerra Civil, y para nuestra desgracia y la del parque, uno de los lugares más afectados de la ciudad fue éste que nos ocupa. Las tropas Sublevadas iniciaron la conquista de la ciudad en noviembre de 1936 por la zona del Zarzón y como fueron frenadas y no consiguieron su objetivo de forma rápida, se desarrolló una guerra de trincheras durante más de dos años y medio, de la cual quedan aún muchos restos (bunkers y trincheras) y de la que aún ahora siguen encontrándose proyectiles y bombas sin detonar. Lo más importante para nuestra historia es la destrucción de numeroso patrimonio histórico y artístico, y la aniquilación de las dos terceras partes de toda la superficie vegetal del parque. Y la reconstrucción posterior no trajo nada más que homogeneidad y simpleza al paisaje: de la gran diversidad vegetal de la que gozábamos se pasó a la plantación de plátanos de sombra, encinas y sobretodo pinos (actualmente más de la mitad de sus árboles), que tenían más rápido crecimiento y requerían menor cuidado.
Y terminaron convirtiendo el Real Bosque y su belleza en el Merendero de domingueros trabajadores que no podían permitirse pasar el fin de semana en la Sierra. La realización de carreteras y el paso libre de vehículos hicieron el resto, en un proceso de deterioro que parece haberse frenado en las últimas décadas y esperemos que continúe así. Un primer paso fue el tan criticado y controvertido soterramiento de la m30 y la adecuación de Madrid Río, que con sus luces y sombras (de las que nos ocuparemos en otra ocasión) han permitido un mejor acceso desde el interior de la ciudad. El siguiente paso fue la recuperación (algo “sui generis”) de la huerta de la Partida. Y los siguientes deben ser la consolidación definitiva del Palacio de los Vargas, los Jardines del Reservado y las Grutas Renacentistas. Estaremos expectantes… Por ahora nos conformamos con haberos ilustrado sobre la Historia de nuestra Casa de Campo y de sus avatares a lo largo del tiempo.
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