UN PASEO DEL ARTE Y LA BELLEZA
Carlos III, como Rey de Nápoles y las Dos Sicilias, había vivido de forma directa las Excavaciones de Pompeya y Herculano, llevadas a cabo a partir de 1738, ya que estos territorios pertenecían a sus dominios. Allí se recuperó mucho del arte clásico grecorromano, en cuanto a arquitectura, escultura y decoración en general. Lógicamente, el Renacimiento había marcado la vuelta al Clasicismo, pero las corrientes posteriores (Barroco y Rococó) habían trasfigurado el Arte hasta “pervertir” completamente todo lo puro, limpio, recto, sobrio y elegante venido de la tradición de Grecia y Roma. Estaba claro, pues, que el Neoclasicismo imperaría en las construcciones de Carlos III en Madrid, y, por tanto, en el Paseo del Prado.
No solo se trataba de las fuentes de Cibeles, Neptuno y Apolo y las imponentes exedras cual brazos columnados; era mucho más, un concepto general. Según el proyecto, se ubicarían estatuas, florones, columnas, arcos triunfales y otras fuentes secundarias a todo lo largo del Paseo. Como veremos posteriormente, no pudo llevarse a cabo mucho de lo proyectado, pero si algunos elementos colaterales que aún existen. De hecho, actualmente aún se conservan dos grupos escultóricos exactamente idénticos (dos niños con un jarrón y una guirnalda enrollada) que marcan el inicio y final del Paseo del Prado: uno en el centro del Bulevar ajardinado llegando a la Glorieta del Emperador Carlos V y otro llegando a Cibeles, en un trozo peatonal cercano al Palacio de Telecomunicaciones rodeado de tráfico.
Y también persisten algunas fuentes más, como la Famosa Fuente de la Alcachofa o las llamadas Fuentes de las Cuatro Estaciones. La de la Alcachofa, realizada por Alfonso Giraldo Bergaz, se colocó en la actual Glorieta del Emperador Carlos V en 1782 y fue reubicada en el Retiro a mediados del siglo XIX, debido a su deterioro. Posteriormente, tras eliminarse el “scalextric” de Atocha, se pensó en volver a ubicarla de nuevo en su lugar original, ante lo cual los vecinos se resistieron ya que se habían acostumbrado a disfrutarla en el Retiro (algunos periódicos hablan de gente encadenada a la fuente para que no se la llevaran), y finalmente el Ayuntamiento terminó realizando una copia en bronce que es exactamente igual que la original, y que es la que campea actualmente en el centro de la plaza.
En cuanto a estas otras cuatro fuentes, están situadas en la margen derecha del Paseo, entre el Jardín Botánico y el Museo del Prado. Se las llama como las fuentes de las cuatro estaciones por la sencilla razón de que son cuatro, como las estaciones, aunque ningún motivo escultórico alude al tema. No son las originales tampoco, ya que estas se encontraban en un estado lamentable y a mediados del siglo XX se decidió su sustitución por réplicas (las originales se conservan en el patio del Museo de los Orígenes). Y no son exactamente iguales las cuatro, sino que son iguales dos a dos: dos tienen tritones niños sujetando delfines y dos sirenas sujetando delfines. En origen estuvieron las cuatro juntas, pero a medida que se construían los carriles para tráfico del Paseo se fueron separando y ahora ya las separan unos 10 metros de distancia.
LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ Y LO QUE FINALMENTE SE REALIZÓ
Reconociendo que el actual Paseo del Prado es uno de los más bonitos y mejores lugares para disfrutar de nuestra ciudad, lo que es innegable es que poco tiene que ver con el proyecto de Carlos III. En tiempos de este monarca se puso mucho interés en la mejora de todo Madrid y de esta zona en especial. Sin embargo, sus sucesores en el trono no tenían su gusto por el Arte, su predilección por los deseos de su pueblo, ni su anchura de miras. A la llegada de los franceses en 1808, quedaba aún mucho trabajo por realizar y su ritmo de construcción se había ralentizado considerablemente, trabajos que ya nunca más evidentemente se finalizarían. Pero la ocupación francesa se cebó especialmente con esta zona de Madrid:
- En el actual Museo del Prado (en este momento Gabinete de Ciencias Naturales, aun sin estrenar) se ubicaron las caballerizas de los ejércitos franceses, y donde actualmente disfrutamos de las mejores pinturas del mundo era donde hacían sus deposiciones los caballos.
- Caballos que pastaban libremente por el Jardín Botánico, sin preguntarse qué especie vegetal exótica o de incalculable valor devoraban.
- También los franceses desmontaron todas las cubiertas del actual Museo del Prado (aún puede verse la desnudez de sus cubiertas) porque estaban parcialmente realizadas en plomo, el cual utilizaron para hacer balas en la cercana fábrica de las Platerías de Martínez.
- Y lo más grave y funesto: utilizaron los arranques de las columnas de las ya citadas exedras (que nunca llegaron a terminarse) para fusilar a madrileños durante la represión que siguió al Levantamiento del 2 de mayo de 1808. Por eso se colocó el monumento a los caídos el 2 de mayo, con su llama perpetua, y se llama a su Plaza como la de la Lealtad.
Y desde entonces, se tardó más de un siglo y medio en terminar definitivamente el Paseo del Prado. Lo cierto es que nunca parecía ser buen momento: Guerra de la Independencia, nefasto reinado de Fernando VII, Guerras Carlistas, convulso siglo XIX (con Revoluciones, pronunciamientos, golpes de Estado, cambios de Régimen…), no menos problemático inicio de siglo XX (crisis económica, Republica, Guerra Civil, posguerra…). Así pues, cuando había dinero no había ni proyecto ni decisión política para llevarlo a cabo, y cuando si la había lo que faltaba era el dinero. Finalmente, alrededor de 1950 se le encargó al arquitecto municipal Manuel Herrero Palacios la culminación de tan anhelado paseo. Y lo hizo con bastante acierto y buen juicio, pero condicionado por varios aspectos: ya no se contaba con las abundantes arcas reales de tiempos de Carlos III, tampoco los escultores ni arquitectos ni materiales eran de la talla de los utilizados en el siglo XVIII, existía el problema de un tráfico ya creciente y con previsión de serlo aún más por haberse convertido en el eje Norte-Sur de la capital y después de una guerra y una posguerra no estaba el horno para bollos.
En esta última reforma se aprecia el deseo de conjugar belleza y elegancia con el uso cotidiano de los madrileños: para muestra los kilométricos bancos y las interesantes fuentes con reminiscencias barrocas construidos en esta época. Además se intentó dar valor a las joyas que aún quedaban, principalmente las fuentes monumentales, aunque con desigual acierto: la Cibeles quedó magnificada mientras Neptuno y la Alcachofa parecen minúsculas embutidas en sus gigantescas Glorietas e inaccesibles para el público entre tal maraña de coches. Y, por cierto, la fuente que debía ser el eje fundamental del proyecto de Carlos III, la de Apolo, queda olvidada como un viejo recuerdo: apenas nadie se fija en ella (y es la de mejor calidad del conjunto) y su deterioro y suciedad son bastante evidentes.
Luces y sombras del Madrid que fue, que quiso ser y que finalmente es. Me despido esperando haberos interesado, como siempre, por nuestra historia y nuestros orígenes: la mejor forma de entender nuestro presente es conocer nuestro pasado. Y a eso seguiremos poniendo nuestro empeño desde este blog.
El Paseo del Prado: El Despotismo Ilustrado en forma de Paseo (1ª parte)
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Me podria facilitar que inmueble habia en el numero 5 del Paseo del Prado , hacia 1930; tengo interes porque en ese numero fallecio la Marquesa de Valdelaguila, gracias
FELIX