En 1926 a Antonio Palacios le llegó la cumbre de su carrera. En ese año culminó el edificio del Círculo de Bellas Artes, una de sus obras mejor realizadas y más significativas, y también se le dio el máximo reconocimiento que podría recibir un arquitecto: entrar como miembro y académico en la Real Academia de Bellas Artes, dentro de la rama de Arquitectura.
Este edificio, el Círculo de Bellas Artes, lo realizó después de un proceso bastante accidentado. Primero, fue adjudicado tras un concurso bastante controvertido. El jurado del mismo eliminó el proyecto de Palacios en la primera criba, a pesar de ser el arquitecto más cotizado del momento; había sobrepasado y con mucho la altura que se marcaba en los pliegos de condiciones. Pero después lo readmitieron en la última fase, tras una reclamación judicial del propio Palacios; en las condiciones se decía que “debía tener una altura acorde con los edificios de su entorno” y ahí estaba el problema porque no se especificaba altura concreta. Al ser algo arbitrario, se le tuvo que readmitir, y los propios socios por voto directo otorgaron a Palacios el proyecto por más del 70%.
El segundo problema grave fue la paralización de las obras poco después de comenzadas, nuevamente por la altura total, en este caso a reclamación del Ayuntamiento. Es verdad que otros edificios sobrepasaban la altura máxima permitida, pero todos eran de carácter público y por utilidad pública se les permitía saltarse tal prohibición (véase el edificio de Telefónica, que también se estaba realizando por esos años).
El Círculo de Bellas Artes era, y es, una entidad privada, un club de socios; pero debido a sus socios, sus actividades, conferencias, exposiciones y charlas, tuvo tanta importancia para la Cultura de la época que se le llegó a llamar “El Segundo Ministerio de Educación”. Así pues, Antonio Palacios argumentó que su edificio también era de “utilidad pública” porque “¿qué hay de mayor utilidad para la ciudadanía que la Cultura?”. Con esto desmontó al jurado y pudo hacerse con la altura que él quiso, casi tres veces más que la permitida para otros edificios (compárese con los edificios que tiene a su lado). Además, se dijo que el Círculo de Bellas Artes iba a ser un Faro Cultural que iluminaría a toda la ciudad de Madrid y a toda España. Y durante mucho tiempo lo fue también literalmente: en el torreón había un foco que iluminaba la ciudad por las noches, cual faro que ilumina la costa.
Y DESPUÉS AL SUELO
Por desgracia, ese año de 1926 marcó el punto culminante de su carrera pero también el declive inexorable y rapidísimo de la misma. Si en los años precedentes le llovían las ofertas, en los siguientes 19 años apenas trabajó en Madrid. Se le fue considerando como un arquitecto anticuado, de otra época, incapaz de adaptarse a los nuevos estilos y técnicas constructivas, y una nueva generación de arquitectos, más mediocres que él, fue obteniendo todas las concesiones y proyectos. Hay quien aduce motivos o condicionamientos políticos, que no viene al caso comentar. Pero sea por lo que fuere, solo podemos constatar como destacables de esta época dos proyectos: El Banco Mercantil e Industrial y su propia casa en el Plantío.
En cuanto al Banco, aquí se ve su categoría constructiva, y se demuestran falsas las teorías que le achacaban: estaba totalmente en forma para construir un edificio a pesar de su edad (lo realiza teniendo casi 70 años) y es capaz de adaptar su estilo a los nuevos aires constructivos, mezclando sus elementos clásicos de toda la vida con nuevas formas y materiales. Como ejemplo, el gran arco toral del acceso, la victoria alada de la clave del mismo, los miradores de chapa en latón (totalmente industriales) o la puerta de acceso original que salía desde el interior del suelo cada día a las 5 de la tarde y hacia exclamar a los viandantes “¡Coño que puerta!” (aun mucha gente la recuerda como la puerta del Coño).
Y la última obra que realizó en vida fue su propia casa en el Plantío, la que iba a ser el modelo para toda una urbanización de casas unifamiliares de lujo pero con economización de espacios. Más jardín y menos edificación, apenas 80 metros cuadrados, lo cual para chalets de “alto standing” era muy de reseñar. En ella recibía a las visitas los últimos años de su vida y pasaba las horas en su despacho, de poco más de 3 metros cuadrados, entre mapas, proyectos y planos, como en los años de su infancia. Este espacio era tan ínfimo que prácticamente no cabían dos personas y Palacios decía medio en broma medio en serio que había revolucionado el interior de las casas creando una nueva modalidad de habitación: “el cuarto de no estar”.
Aquí murió Don Antonio Palacios el 27 de octubre de 1945 tras toda una vida dedicada a la Arquitectura y a Madrid. Y aún no hay una calle en su honor en nuestra ciudad, a pesar de las propuestas registradas por varias entidades y organismos. Esperemos que se subsane pronto este fallo histórico y pueda recordarse para siempre al Arquitecto del Madrid Moderno. Yo por mi parte espero haber puesto mi pequeño grano de arena con este humilde artículo. Me despido dando las gracias a nuestra amiga y asidua participante en nuestras visitas, Jennifer, por sus excelentes fotos que acompañan el artículo.
Algunas de las fotografías han sido cedidas por Jennifer Tineo, asidua participante de las rutas de Álvaro Llorente
Antonio Palacios: el arquitecto del Madrid moderno (1ª parte)
Antonio Palacios: más que un constructor de edificios, un constructor de ciudades (2ª parte)
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