El estilo mudéjar nació oficialmente en 1859. Fue José Amador de los Ríos quien dio un discurso en su entrada a la Real Academia de la Historia como miembro de la misma. Y el titulo no podía ser más explícito “El estilo mudéjar en España”. Solo un año después empezaron las excavaciones arqueológicas en la Alhambra de Granada. Y en ese mismo momento los generales Prim y O´Donnell entre otros, luchaban en el norte de África para asentar los territorios españoles en el futuro protectorado de Marruecos.
La palabra mudéjar, según el nuevo académico, tomaba otro cariz diferente a partir de estos momentos. Mudéjar, proveniente del árabe “mudayan”, significa musulmán que vive en territorio cristiano y bajo dominio de los cristianos, pero manteniendo su propia religión. Amador de los Ríos definía el estilo mudéjar como el arte y arquitectura creados por los musulmanes que vivían en territorio cristiano y bajo dominio de estos. Si bien, por un lado, no todos los mudéjares serían arquitectos o constructores (alarifes). Y por el otro, no todas las obras referentes a este periodo y tipología fueron hechas por personas que profesaban el Islam.
Así pues, se puede determinar que el estilo mudéjar fue un estilo particular en la historia del arte entre los siglos XII y XV fundamentalmente, que fue desarrollado al gusto o con trazas islamizantes o arabizantes, pero en territorio cristiano y por mandato de promotores cristianos. Igual que en muchas épocas de la historia, los gobernantes occidentales se vieron atraídos por las construcciones islámicas y quisieron copiarlas para sí, ya fuera con artistas musulmanes o bajo formas parecidas. Siempre nos parece que la Reconquista fue un periodo en el que cristianos y musulmanes se pasaron 800 años guerreando y moliéndose a palos y no hay nada más lejos de la realidad. Los contactos entre ambas culturas y mundos fueron constantes y enriquecedores para ambos; el mudéjar es solo un pequeño aspecto de ello.
OPUS LATERICIUM
Si hay algo que defina por antonomasia al estilo mudéjar (y al neomudéjar por añadidura) es el uso intensivo del ladrillo. Debe apuntarse que si bien hay restos de ladrillo o algo parecido en culturas antiguas precedentes, los primeros que usan el ladrillo con intensidad son los romanos, de ahí la denominación del título del epígrafe de la que deriva la propia palabra. En puentes, calzadas, acueductos, edificios oficiales, casas, etc, los romanos usaron este material como base para todas sus construcciones, pero siempre nos queda la imagen pulcra del mármol en muchas de ellas, sobre todo los templos. Pues bien, debe señalarse que solo utilizaban mármol y otros materiales nobles, en su mayor parte, para revestir sus construcciones. Digamos pues, que se “avergonzaban” del ladrillo y lo degradaban a material de segundo y por tanto lo “escondían”.
Los musulmanes son los primeros que usarán el ladrillo no solo como elemento constructivo sino también decorativo, dejándolo “visto” y además llevándolo a su máxima concepción arquitectónicamente hablando. Para ellos, el ladrillo no es un elemento de segunda categoría sino el eje vertebrador de toda su obra constructiva y así harán con él verdaderas virguerías. Lo mismo sucederá con el yeso para los interiores, que llevarán a su máximo esplendor (véase y recréese en los preciosos mocárabes de palacios musulmanes). Dos materiales, entre comillas pobres, con los que harán verdaderas maravillas. Valga como ejemplo la Mezquita de Córdoba: por más oro y plata que pusieron los cristianos en la Iglesia que colocaron en su centro, no se iguala ni una milésima parte el esplendor creado con las arquerías bícromas hechas por los musulmanes con… ¡yeso!
UNOS 500 AÑOS ANTES…
Si hay un estilo neomudéjar es evidentemente porque hubo un estilo mudéjar. Este se caracterizaba por su uso predominante del ladrillo, pero también utilizaba bellas yeserías en su interior a modo de mocárabes o tracerías. Mezclaba muy bien o incluso se confundía con el románico o con el gótico en ciertas ocasiones, con los que compartía protagonismo en fachadas, pórticos o interiores de iglesias, palacios o construcciones civiles o militares. Tenía como base el arco de medio punto, aunque mucho más alargado y en numerosas ocasiones caía de forma recta y abrupta casi hasta el suelo o a ras de zócalo. Pero lo alternaba en ocasiones con arcos trilobulados, polilobulados, califales o de herradura. E incluso, en no pocas ocasiones, se ornamentaba con bellas cerámicas y azulejerías.
Pues bien, este estilo tuvo lugar como ya queda dicho, entre el siglo XII y el siglo XV aproximadamente. Pero por mucho tiempo quedó en el olvido, no se le dio importancia o más bien fue ninguneado. ¿Por qué? Muy sencillo: era un estilo hecho por “moros” (infieles) y además en ladrillo, un material nada noble. Además, a veces se le confundía o asimilaba con el estilo islámico que dominó en el Sur de España por muchos siglos, haciendo de todo uno y no distinguiendo sus evidentes diferencias (no faltan las cruces en muchos de los edificios mudéjares). Pero por suerte todo aquello se acabó a mediados del siglo XIX.
EL INFLUJO DE LO ARABIZANTE Y EL ÚNICO ESTILO VERDADERAMENTE ESPAÑOL
Varios hechos confluyeron a mediados del siglo XIX: el ya citado discurso de Amador de los Ríos, otras conferencias y textos publicados por arquitectos de la talla del Marqués de Cubas al respecto, las conquistas en el Norte de África de nuestro ejército, las excavaciones arqueológicas no solo en la Alhambra sino en otras localizaciones (Aljafería de Zaragoza, Alcázares de Sevilla, Medina Azahara…). Y a todo esto debe sumársele el contexto internacional que ya tenía numerosos adeptos atraídos por el influjo y el exotismo de África y Asia. Hay que pensar que las conquistas y exploraciones de los europeos se incrementaron y con mucho hacia estos dos continentes en esta época y no había buen magnate, noble o rey que se preciara que no tuviera su salón árabe o del té en su palacio.
A esto añadimos que los españoles teníamos nuestras propias razones. Surgió la teoría en esta época, que luego se incrementó tras el desastre de la perdida de las colonias en 1898, de que España se había despistado de su verdadero camino con el descubrimiento de América. La Reconquista se inició en 722 en Covadonga y desde allí avanzamos hacia el Sur inexorablemente conquistando territorios a los infieles. En 1492, cuando cae el último bastión musulmán en la Península. Estábamos preparados para dar el salto al otro lado del estrecho y continuar nuestra expansión por África. Pero llegó un tal Colón, descubrió un nuevo continente, y pusimos todos los esfuerzos y capacidades en explorar y explotar esta nueva tierra. Sin embargo, tras la pérdida de la mayor parte de la América española en 1822 y las definitivas de 1898 en Cuba y Puerto Rico, muchos pensaron en retomar la “Reconquista”. Y así lo árabe, moro, musulmán… vuelve a estar en la órbita española.
Y entonces se puso de relieve una realidad indudable: el único estilo verdaderamente español es el estilo mudéjar. Es un estilo que nació en España y que solo se dio en España. Una peculiaridad del estilo islámico que supimos adaptar a los paladares cristianos medievales. Por eso en toda la segunda mitad del siglo XIX la mayoría de los pabellones españoles en las exposiciones internacionales mostraban un estilo arabizante. En esa época los “Neos” (neogriego, neorománico, neogótico, neobizantino…) estaban de moda en Europa y nosotros nos apuntamos al carro. Y así surgió el neomudéjar.
EL ESTILO MÁS MADRILEÑO
Si hay una ciudad marcada por el estilo mudéjar esa es claramente Toledo. Pero también debe hablarse, y con toda justicia, de Teruel. Y de Cuellar. Y de muchas otras ciudades castellanas de ambas Mesetas (sobretodo Submeseta Norte). Si en estas zonas dominó el mudéjar, es claro que en Madrid dominó el Neomudéjar. Es la ciudad que más edificios de este estilo muestra, y eso contando con que fueron derribados muchísimos más que solo podemos rescatarlos mediante fotografías.
Barrios enteros de Madrid fueron construidos entre 1880 y 1900 con este estilo: Carabanchel, Pacifico, Chamberí, Tetuán, partes del barrio de Salamanca, zonas muy extensas de la ciudad lineal de Arturo Soria… La razón es muy sencilla: el material era barato (ladrillo) y la forma constructiva simple y característica a la vez. Se podían hacer manzanas enteras con bajo presupuesto que serían homogéneas pero que podían tener su toque de distinción colocando unos ladrillos de más o de menos acá o allá. Los arquitectos jugaban con ménsulas, pilastras, balconadas y cornisas como si el ladrillo fuese piezas de lego, realizando caprichosas formas: Cruces, guirnaldas, grecas, geometrías… y rombos, sobre todo rombos.
Algo curioso es que se conocen muy pocos palacios o viviendas de lujo construidas en este estilo. Y de los pocos que hubo en su tiempo son muchos menos los que quedan. Deben mencionarse entre estos supervivientes el Palacete de Don Guillermo de Osma (actualmente Fundación Valencia de Don Juan) y el Palacete del Marques de los Salados. Esto se debe a que si bien a las clases medias y bajas no les importaba e incluso preferían vivir en casas de ladrillo, los aristócratas y burgueses lo veían como algo decadente y del populacho y preferían construcciones al estilo afrancesado o historicista, con usos de granitos, calizas, mármoles, maderas nobles y demás.
Esto no fue obstáculo para que Madrid se llenará de neomudéjar, ya que a la construcción de viviendas para las clases trabajadoras debe añadirse las construcciones de otro tipo de edificios: colegios religiosos y/o benéficos, asilos, conventos, hospitales, fábricas, teatros, iglesias y otros edificios de carácter social o público. En cuanto a las iglesias si es curioso mencionar que si bien era el estilo preferido para los exteriores de muchas de ellas (San Fermín de los Navarros, Santa Cristina, Santa Cruz..) ninguna de ellas lo utiliza para sus interiores, que son de estilo neogótico, neorománico o mixto; por lo visto se pensaba que lo “moruno” no podía acceder al interior de los templos, no vaya a ser que lo contaminase.
LO QUE EL VIENTO Y LA PIQUETA SE LLEVARON
Cuando nos colocamos en la actualidad frente a la Plaza de Toros de las Ventas o de las Escuelas Aguirre, por ejemplo, nos admira su belleza y espectacularidad. Bien es verdad que es esta una época en la que nos fijamos más en las cosas y ponemos más detalle en la arquitectura, y fruto de ello son las leyes de protección del Patrimonio (aunque a veces no lleguen a tiempo por desgracia). Pero en épocas pasadas, y sobre todo para el caso madrileño entre los años 50 y 70 del siglo pasado, no se tenía esta conciencia artística o patrimonial, y se veía derribar día sí y día también verdaderas obras de arte en “pro del progreso y el avance”. Pequeños edificios de ladrillo labrado en estado de deterioro dejaron paso, sobre todo durante el franquismo, a grandes moles informes de cemento.
La construcción que inauguró el estilo neomudéjar en Madrid (y por añadidura en España) fue la antigua Plaza de Toros del Camino de Aragón. Por desgracia también fue de los primeros edificios en desaparecer, en el primer tercio del siglo XX. Sus arquitectos fueron Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez Capra, dos eminencias en arquitectura y más concretamente en arquitectura neomudéjar. Del primero podemos destacar el ya citado Palacete del Marques de los Salados y las Escuelas Aguirre, y del segundo citaremos las Iglesias de Santa Cristina y de la Virgen de la Paloma (San Pedro el Real). Su ubicación es prácticamente exacta a la del actual Palacio de los Deportes, en la Avenida de Felipe II, y como curiosidad se pueden apreciar aún un par de edificios en dicha avenida de un estilo muy parecido al que tenía la antigua plaza. Nació para suplir a la antigua Plaza de Toros del Pósito (junto a la Puerta de Alcalá) y a su vez murió con la construcción de la cercana Plaza de Toros de las Ventas, que le robó protagonismo (e incluso su estilo en cierto modo).
Otro edificio que asombraba a los madrileños de su época y nos asombra a nosotros a través de las fotografías era el Palacio de Xifré. Estaba junto a la Plaza de Neptuno, según se sube el Paseo del Prado en la acera de la izquierda, enfrente del Museo del Prado. Su lugar lo ocupa en la actualidad un edificio con toques clasicistas que tiene en sus bajos una conocida tienda de espadas y otros artículos. Su exterior era magnifico: ladrillo en dos colores, jugando en franjas en la fachada y en precioso contraste con balconadas de yesería arabizantes. Pero su interior era más impresionante si cabe: los patios de la Alhambra condensados en un espacio central similar a un claustro conventual bajo cubierta.
Y hablando de la Alhambra, otro damnificado del progreso fue el Teatro Alhambra, situado en la Calle Barquillo, frente al Teatro Infanta Isabel. Y el Asilo de las Mercedes en María de Molina. Y la Cárcel Modelo que dejó paso al Ministerio del Ejercito del Aire. Y la antigua Fábrica de Perfumes Gal, el antiguo Circo Price, el Hotelito donde vivió (y murió) Benito Pérez Galdós, la Fábrica de bebidas El Laurel de Baco, el Palacete de Anglada… Y otros muchos edificios “desconocidos” que desaparecieron en el siglo pasado y que por desgracia también siguen desapareciendo en este.
TESOROS DEL MADRID MÁS AUTÉNTICO
Por suerte aún tenemos muchos y destacados ejemplos de este estilo en Madrid. Casi con caminar por cualquier calle de Madrid pueden apreciarse fácilmente dos o tres edificios con ladrillo haciendo formas en la fachada y la clásica bicromía. Y en la actualidad hay 40 edificios catalogados como de calidad excepcional que responden al estilo neomudéjar. De estos 40 no todos son Bien de Interés Cultural (BIC), pero si es cierto que todos ellos gozan de una protección a nivel autonómico y por tanto no pueden derribarse ni modificarse. Evidentemente esto no quiere decir que algunos de ellos no estén bastante deteriorados o incluso en estado de semiabandono (sobre todo los que aún quedan en manos privadas), pero la mayoría lucen con todo su esplendor y son verdaderas joyas de la arquitectura madrileña. Hagamos un breve repaso de los más destacados.
Empezamos con la Plaza de Toros de las Ventas, realmente el último edificio construido en este estilo en Madrid. Digna heredera de su antecesora, esta Plaza fue construida entre 1919 y 1929, aunque inaugurada ya en 1931. Exhibe una bella composición con arcadas al estilo árabe (califales, trilobulados y polilobulados), siempre enmarcados con elegantes alfices de trama en ladrillo. Pero un elemento que destaca sobremanera en la fachada es la azulejería de ricos colores y brillos, que reproduce los escudos de las provincias españolas. Una maravilla arquitectónica y sobre todo ornamental que pone el broche de oro a este estilo.
De entre los edificios educativos todo el mundo destacaría sin duda las famosas Escuelas Aguirre, con su elevada torre realizada con decoración de sebka, técnica que consiste en la alternancia de niveles y el tramado del ladrillo para lograr salientes y entrantes en el mismo. Pero cabria citar muchos más, como Nuestra Señora de Loreto en Príncipe de Vergara o los Colegios de San Vicente de Paul en Chamberí. Sin embargo yo me quedaría con el Colegio de San Diego y San Vicente en la calle Eduardo Dato, muestra de cómo se puede dar la máxima categoría al uso del ladrillo en una fachada. Como este tipo de edificios eran para usos asistenciales o benéficos en la mayor parte de los casos, sus interiores eran muy sencillos y por tanto echaban el resto en los exteriores. En este caso, Juan Bautista Lázaro hace un trabajo admirable combinando ladrillo claro con otro más oscuro y logrando formas muy imaginativas y decorativas, mezclando con el estilo gótico y el arabizante.
Entre los conventuales y asistenciales pueden citarse bastantes ejemplos, de los cuales mencionaremos las Hermanitas de los Pobres en Santa Engracia, las Siervas de María en la Plaza de Chamberí y el Hospital de Venerables Sacerdotes Naturales de Madrid en San Bernardo. Sobre este último mencionar que si bien su fachada se restauró tras la guerra civil en estilo Neogriego, la parte que da a Rodríguez San Pedro si es la original, con un muy interesante cimborrio octogonal con decoraciones de sebka y sobre todo una bellísima torre estilizada de ladrillo rematada en chapitel.
De las numerosas iglesias que acudieron a este estilo para su realización citaremos las ya comentadas de la Paloma, Santa Cristina, la de Santa Cruz, de San Fermín de los Navarros, del Perpetuo Socorro, la de San Vicente de Paul, la del Sagrado Corazón de Jesús, la de San Miguel Arcángel en Carabanchel, la de la Concepción en Ciudad Lineal…
Algunas de ellas mezclan en su fabricación otros estilos compositivos, y todas ellas, como ya queda dicho, no muestran en su interior ni el más mínimo atisbo de neomudéjar. Pero de todas destacaría la de San Fermín de los Navarros, para mí el más acabado ejemplo de Neomudéjar en nuestra ciudad. En su fachada apreciamos por un lado el contraste de la piedra de cantería con el ladrillo que lo circunda y lo atraviesa en hileras. Decoración de sebka “robada” de las Escuelas Aguirre en la torre, pero luego una utilización magistral de cerámicas vidriadas para dar el toque de categoría a la fachada. Y por último el remate de la torre con decoraciones de arcos ciegos y vanos de estilo islámico. Una verdadera maravilla que pocas veces nos detenemos a ver con calma.
Evidentemente dejamos sin mencionar muchos otros edificios de interés como el Matadero de Madrid por ejemplo, pero creo que con este artículo ya habré conseguido despertar vuestro interés y curiosidad hacia el estilo más madrileño de nuestra arquitectura, y con eso me doy por contento. Me despido en esta ocasión agradeciendo sobremanera las fotografías cedidas por mi amigo José Manuel, un gran fotógrafo y mejor persona. Próximamente seguiremos descubriendo más curiosidades de nuestro Madrid y difundiendo su amplio patrimonio.
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