LA CIUDAD UNIVERSITARIA: UN PROYECTO EDUCACIONAL DE PAÍS
Estamos acostumbrados en España, tristemente, a que cada poco tiempo, normalmente coincidiendo con cambios de gobierno, se realice una nueva ley educativa. Cuando unos llegan al poder no les vale nada de lo hecho anteriormente por los otros y así sucesivamente. Y a veces incluso un mismo partido cambia o elimina su propia ley, pensando en dar con la tecla mágica que haga por fin que la educación en España no sea un fracaso continuo. Pues bien, la historia de la construcción de la Ciudad Universitaria no tiene nada que ver con esto y es un caso raro y excepcional en nuestra historia política: fue comenzado en tiempos de la Monarquía por el Rey Alfonso XIII, continuado sin tocar apenas una coma por los ministros de la Segunda República (de derechas y de izquierdas) y finalizado en la posguerra por el Régimen de Franco y con todo el impulso del Estado en su construcción.
Era evidente la necesidad de transformar una Universidad decimonónica, atrasada y con edificios vetustos, en una nueva Universidad moderna y adaptada a los tiempos. Los edificios de San Bernardo eran estrechos, lúgubres e incomodos. Y además estaban en pleno centro de la ciudad, con lo que ello comportaba de molestias mutuas entre universitarios y residentes. Sumémosle a esto los problemas que los jóvenes estudiantes y sobretodo los profesores causaban a los gobiernos sucesivos con sus críticas, quejas, disturbios y huelgas: basta recordar la famosa noche de San Daniel de 1865 cuando los reservistas del ejército tuvieron que reprimir a palos una protesta de estudiantes después de que la reina Isabel II destituyera de su cátedra a Don Emilio Castelar por sus críticas a la soberana (Galdós lo describió como una lucha entre desdentados: niños que apenas le habían salido los dientes contra ancianos que ya los habían perdido).
Se buscó un lugar apropiado, amplio, fuera de la ciudad pero no demasiado alejado, rodeado de vegetación y con terreno suficiente para el mayor proyecto educativo de la Historia de España. Y qué mejor que los terrenos entre la Moncloa, el Asilo de San Bernardino, el Monte del Pardo y la Dehesa de la Villa. Como fue un proyecto personal del Rey Alfonso XIII, él mismo se implicó sobremanera y cedió los terrenos para su construcción. Además, en 1928, y así durante varios años, se celebró un sorteo de lotería extraordinario para recoger fondos para su construcción. Y se contó con donaciones privadas de patronos y benefactores que quisieron ayudar a este proyecto nacional; el Rey no podía ser menos y dio la mitad de todos los fondos necesarios. Dejando aparte cuestiones como si el dinero del Rey era del Estado o como habían llegado los terrenos que cedió a la monarquía, es evidente que con toda justicia debe destacarse a Alfonso XIII como el principal artífice de la Ciudad Universitaria; por ello hoy existe allí el JardínBotánico Alfonso XIII, además de una bonita escultura del Rey cerca de los campos deportivos del Paraninfo.
LA JUNTA DIRECTIVA, EL ARQUITECTO EN JEFE Y EL PROYECTO
En 1927 el Rey Alfonso XIII nombró una Junta Directiva para la Construcción de la Ciudad Universitaria. En esta, había cargos políticos relacionados con la monarquía, pero también cargos técnicos y sobretodo arquitectos e ingenieros. Entre los primeros cabe destacar varios ministros y algunos amigos personales del rey, como Florestán Aguilar, una de las mentes más ilustradas de la época: historiador, humanista y odontólogo de profesión (se hizo célebre como dentista del propio monarca).
Entre los segundos, el personaje clave fue Modesto López Otero, que luego sería nombrado director de la Escuela de Arquitectura y sin duda uno de los arquitectos más prestigiosos del momento. Él sería el que coordinaría y organizaría las obras, quedando cada edificio en manos de uno o varios arquitectos de renombre: Miguel de los Santos Nicolás, Manuel Sánchez Arcas, Eduardo Torroja, Agustín Aguirre López, y Mariano Garrigues Díaz-Cañabate. Todos ellos fueron los encargados de realizar las primeras construcciones en la Ciudad Universitaria y después reconstruirlas tras la Guerra Civil, excepto Sánchez Arcas que se exiliaría en la Unión Soviética y acabaría realizando obras en países comunistas del otro lado del telón de acero.
Pero antes de estas construcciones se necesitaba tener una idea clara de qué se quería realizar, para qué y cómo. Y por ello, esta Junta Directiva realizó una serie de viajes durante casi un año alrededor del mundo para tomar lo mejor de cada país. De Estados Unidos tomó el modelo de campus abierto, con edificios educativos, dotación de servicios, zonas verdes, zonas deportivas y alojamientos para alumnos y profesores; de ahí el nombre de Ciudad Universitaria, ya que era una verdadera ciudad como luego veremos. De los franceses tomaron todo el método de estudios sobretodo en materias de letras y humanidades. De los ingleses tomaron sus reglamentos, normas e instituciones organizativas. Y de los alemanes copiaron sus métodos de enseñanzas técnicas, con la organización de laboratorios, instrumental, maquinaria, tecnología y demás. Lo mejor de cada casa. Y el resultado debía ser una mezcla perfecta de todas estas contribuciones nacionales.
En cuanto a su organización del espacio todo estaba perfectamente distribuido en el proyecto, como lo prueba una preciosa maqueta que actualmente se conserva en la Facultad de Medicina. En torno a la Avenida Complutense debía organizarse el núcleo de edificaciones principales: al inicio de la misma se encontraba ya construida la escuela de Agrónomos, más adelante en la misma margen izquierda se ubicarían comedores y vicerrectorado, a la margen derecha los edificios del conjunto medico (farmacia, odontología y estomatología, y medicina) junto con el Hospital Clínico más arriba para las prácticas de los alumnos, continuando la avenida a la derecha las facultades de ciencias (ciencias naturales, matemáticas y químicas y físicas) y a la izquierda el conjunto de humanidades (filología y filosofía, derecho y una gran biblioteca de humanidades). Cerrando la avenida y el conjunto se situaría el Paraninfo, para actos protocolarios. Y entre farmacia y ciencias naturales un jardín botánico que sirviera para la enseñanza de ambas materias y prácticas al aire libre de los alumnos.
Hasta aquí todo bien, pero el primer problema con que se encontraron los diseñadores del proyecto era el terreno completamente irregular, lleno de profundas vaguadas y zonas lacustres. Se salvó este impedimento con el terraplenado de miles de metros cuadrados y otras obras de encauce y acondicionamiento del terreno. El segundo problema era más peliagudo: por el centro de los terrenos de la Ciudad Universitaria pasaba la Carretera de la Coruña. Esto condicionó su construcción y obligó a que los edificios estuvieran divididos por este eje viario. Del otro lado de la carretera se proyectaron las facultades de Bellas Artes y Arquitectura, además de un gran estanque triangular, zonas deportivas, residencias para estudiantes, un estadio de atletismo, el rectorado e incluso un embarcadero junto al río Manzanares.
Justo en la confluencia con la actual Plaza de la Moncloa se proyectó la construcción de un gran arco de triunfo que diera entrada a este magno centro del saber, coronado como no podía ser de otra manera por la diosa Minerva dirigiendo una cuádriga, como diosa de la Sabiduría. Para rematar, junto a este arco se ubicaría el edificio de la Junta Constructora y los edificios de viviendas para los profesores. Pero como hemos señalado se trataba de una “Ciudad” y para que esto fuera del todo correcto debía ser autosuficiente. Modesto López Otero y su ingeniero Eduardo Torroja se encargaron de estructurar las urbanizaciones del terreno poniendo todas las infraestructuras necesarias: comunicaciones, electricidad, calefacción, cañerías, desagües… Además, se construyó una central térmica, un depósito de agua y otras instalaciones básicas para el funcionamiento autónomo del conjunto. Y así comenzaron las obras en 1928. Aunque pronto llegaría el tercer problema: el devenir histórico.
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