Seguimos con nuestra intención de que conozcáis los puentes más interesantes de Madrid y las historias que guardan, así que con esta nueva entrega daremos por concluida nuestra labor!!! Y alguno nos dirá: falta el Puente de la Calle Bailén. Este “puente”, que conecta la zona de la Almudena y el Palacio Real con la zona de las Vistillas y de San Francisco el Grande, realmente no es tal. De hecho su denominación es Viaducto de la Calle Bailen o Viaducto sobre la Calle Segovia. Si bien es verdad que en los orígenes de la ciudad por aquí transitaba una corriente de agua (el Arroyo de San Pedro), desde hace ya muchos siglos lo único que salva este Viaducto es una gran pendiente denominada Vallejo de San Pedro. Así pues, queda fuera de nuestro marco de estudio y ya contaremos su historia en su momento y lugar apropiados.
LA COMPAÑÍA ASTURIANA DE MINAS (MITAD FRANCESA Y MITAD BELGA)
Y siguiendo nuestro camino, ya que estamos por esta zona, sigamos río arriba el paseo y nos cruzaremos apenas 10 minutos después con las vías del tren y un sencillo puente que salva el agua del Manzanares. Se trata del conocidísimo Puente de los Franceses, del que todo el mundo ha oído hablar pero pocos conocen en realidad su origen y el porqué de su nombre. Pero antes diremos que existe otro Puente de los Franceses, moderno, que simplemente es un scalextric o cruce de carreteras (la de Castilla, la M-30, la avenida de Valladolid y la de Seneca) que se encuentra casi por encima del original. Seguro que muchos recordarán aquella canción de la Guerra Civil: “Puente de los Franceses, mamita mía, nadie te pasa, porque los milicianos, mamita mía, que bien te guardan…”
Pues bien, el puente original data de alrededor de 1860 y es de lo poco que se construyó en aquella época en relación a la antigua Estación del Norte (hoy rebautizada como Príncipe Pío). Esta estación tenía apenas un apeadero para viajeros (y sobretodo mercancías) y poco más. No sería hasta 1877 cuando se proyectó la estructura actual, finalizada en 1888. Pero de lo primero que se tuvo que hacer fue un puente para salvar el Río Manzanares en su camino hacia el Norte. Sucedía que existía una empresa con intereses en Asturias, llamada Compañía Asturiana de Minas, que se dedicaba en esta época al “expolio” de materias primas, que realizaban viaje hacia Francia y Bélgica. Como bien se sabe, la sede principal desde 1900 estuvo al final de la Cuesta de San Vicente, a la entrada a la Plaza de España (en un interesantísimo edificio que hace esquina). Y ya que los españoles no tenían capital para hacerse cargo de ello, fueron los franceses y los belgas sus principales promotores y socios. La mayor parte de las infraestructuras férreas de la segunda mitad del siglo XIX fueron construidas con capital, trabajadores, maquinaria y materiales extranjeros, principalmente franceses.
Y la construcción de la que hablamos hoy no podía ser una excepción. Así pues, este puente toma este nombre de los franceses que vinieron a construirlo para que pudieran pasar los trenes hacia el norte, finalmente con destino a Francia. Desde hace muchos años los trenes que salen de la antigua Estación del Norte ya no marchan hacia el norte ni hacia Francia, ya que lo hacen desde Chamartín, lo cual tiene bastante más lógica. Y es que de hecho, esta estación “del Norte”, está en el Oeste de la ciudad. Al igual que la famosa Estación Sur de Autobuses de Méndez Álvaro, que está en el Este. Cosas que pasan.
OTRO FRANCÉS MÁGICO Y UNA HIJA DEL TÍO DAGANZO
Y terminamos con el puente más futurista o moderno que se pueda ver en Madrid, un alarde de técnica, innovación, estética y tecnología puestas al servicio de una de las zonas preferidas actualmente por los madrileños: Madrid Río. Los que me conocen saben que no soy especialmente amante de las nuevas construcciones y de todos esos cuentos y monsergas de la arquitectura moderna, orgánica, contemporánea o radical. Pero he decir que a mi modo de ver, este puente que ahora nos ocupa, el de la Arganzuela, es un buen ejemplo de actualización de un concepto arquitectónico a un entorno abierto, con toques de urbanismo y conjugación con la naturaleza. Si me dais a elegir entre el de Toledo y este, que son vecinos, me quedo 100 veces con el de Toledo. Pero es cierto que como decía el arquitecto Sáenz de Oíza: “las obras deben ser fruto de su lugar y de su tiempo”. No tendría lógica construir ahora un puente como el de Toledo, seria anacrónico. Y puestos a hacer algo moderno, esta me parece muy buena solución. Lo del dinero gastado ya es harina de otro costal…
Dejemos unos datos antes que nada. El llamado Puente de la Arganzuela fue construido por el ingeniero Julio Martínez y el arquitecto Dominique Perrault, desde 2008 en que se proyectó hasta 2011 en que se inauguró. Perrault, francés como su nombre indica, es conocidísimo a nivel internacional; y en nuestra ciudad también disfrutamos de otra obra muy renombrada, la conocida como “Caja Mágica”, una mega construcción con carácter deportivo y cultural varios kilómetros río abajo también. Se trata de uno de los puentes más largos que cruza el Manzanares con más de 250 metros, dividiendo su estructura en dos partes, con lo que permite la conexión por un lado del barrio de la Arganzuela con los distritos de Carabanchel y por otro lado el acceso al propio puente desde ambos paseos de Madrid Río en las dos vertientes. Se trata de un puente cerrado y a la vez abierto, por esta conexión de la que hablamos y por su propia estructura en espiral a modo de umbráculo. Y en cuanto a su construcción, estructura y sustentación se trata de un alarde tremendo, ya que hay tramos que parecen volar sobre el río sin apoyarse en ninguna parte.
Pero dejando a un lado toda esta técnica, quiero despedirme por hoy con la historia que da nombre a este fantástico puente, que no es otra que la misma de la zona y parque donde se asienta, el de la Arganzuela. Es así, según cuenta la leyenda, que a finales del siglo XV vivía en estas zonas un campesino llamado el Tío Daganzo, que tenía unos terrenos, huertos y una casa. También tenía una hija, que los vecinos llamaban despectivamente “la Daganzuela”, por ser muy poca cosa. Pues bien, esta joven, un buen día, llevaba cántaros de agua desde una fuente paseo arriba hasta los terrenos de su padre cuando se le cruzó un coche de caballos y la hizo tropezar y perder toda su carga. Tirada en el suelo, llorando, se encontraba cuando bajó del carruaje y fue a atenderla una gran señora. Según cuenta la leyenda no era otra que Isabel la Católica. Y para desagraviar tal incidente, nuestra reina decidió dar a esta joven Daganzuela todo el terreno que pudiera mojar con dos cántaros llenos de agua, que no fue otra cosa que casi todo el barrio. Y de Daganzuela, su nombre se derivó tiempo después en el actual de Arganzuela. Y colorín colorado, este artículo se ha acabado.
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